Ya sabemos que rugby y fútbol se diferencian básicamente por la normatividad moral que caracteriza al primero y de la que carece el segundo. Todo lo que en el segundo caso se premia y estimula, en el primero se censura y castiga, a veces de forma implacable (acuérdense por ejemplo del 'Bloodgate'). La permisividad por el hurto y la injusticia es en el fútbol algo estructural, como puede apreciarse estos días gracias al mundial sudafricano. La prensa anda alborotada por dos decisiones equivocadas que han adulterado dos resultados de los octavos de final. Y todo por una manía que delata la moral (o la ausencia de ella) que define al fútbol: negar el apoyo de la tecnología en las decisiones arbitrales, por no se qué supuesta defensa de la autoridad arbitral. En realidad, por supuesto, el motivo es muy otro: otorgar un margen a injusticias y errores que siempre suelen favorecer al equipo más poderoso (y no es demagogia, fíjense sino en la realidad de estos casos). Sin repeticiones televisivas Francia no habría estado en el Mundial, y las todopoderosas Argentina y Alemania habrían experimentado más dificultades en su andadura. La FIFA no sólo no permite que el árbitro pueda recurrir a la televisión, sino que ahora, tras la polémica, ésta va a ser prohibida (al menos las repeticiones de las jugadas) en los estadios para que los errores no queden perfectamente claros a los aficionados (cortando así de raíz las protestas de los hinchas).
En el rugby no hay en este sentido polémica posible (salvo algunas jugadas muy concretas, como el famoso forward pass de Traille a Michalak en el Mundial 2007) gracias a que la justicia se pone por delante de otros interesas más opacos.
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