Parecía lógico a priori que Leicester venciera a Bath (15-6). Porque le gana casi todos los partidos de los últimos años (este incluido: la ida y la vuelta de la liga regular). Y también porque ha sido el equipo más regular de la Guinness. Pero Bath viene de una remontada histórica (11 victorias de 12 partidos), está en una forma casi perfecta y, en consecuencia, su inicio de partido fue tremendo. El poder y dominio que desprendía cada uno de sus movimientos les permitieron encarrilar el partido bien pronto. Con un scrum arrasador, un Luke Watson ubicuo y dominante, un Barkley infalible, Bath se adelantó 0-6 y asustó a toda la afición del Welford Road. Parecía que la remontada podía consumarse con su paso a la final arrollando a los líderes de la competición y vigentes campeones. Leicester no trenzaba jugadas, Youngs veía taponadas todas sus patadas, su poderoso scrum estaba siendo desbordado a cada acometida del pack de Bath. La semifinal parecía en vías de resolverse pronto para los visitantes. Pero a medida que pasaban los minutos, y casi sin darse cuenta, Bath fue perdiendo fuelle de manera progresiva, situación que Leicester aprovechó, sin mucha brillantez pero con un oficio tremendo, para ir dándole con paciencia la vuelta a la tortilla.
La segunda parte ya fue una lección local de cómo se controla un partido encarnizado y trabado, sin grandes despliegues de los tres cuartos. Sin alardes, los de Cockerill se dedicaron a sacar petróleo de cada aproximación al territorio rival, cobrándose Flood los numerosos penaltis que iba cometiendo la primera línea de Bath, especialmente Flatman, desastroso durante el segundo tiempo. Y ahí falló Steve Meehan: debió cambiar a Flatman mucho antes (lo sustituyó por Barnes ya en el minuto 70, demasiado tarde). Bath ya no supo o no pudo reaccionar, sucumbiendo a la espesa tela de araña diseñada por Cockerill. Por algo Leicester ha sido la mejor defensa (en cuanto a ensayos encajados) de la competición.
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