Las dichosas pantallas seducen más que el cesped
En una de las últimas entradas de su blog, el maestro Blakeway se refería al proceso cada vez más acelerado de 'futbolización' que está padeciendo el rugby estos últimos años. Que ciertas conductas y modales se van erosionando queda claro en la mayor parte de partidos que uno pueda ver hoy día. Desde el espantoso cortejo de las cheerleaders (básicamente en el hemisferio sur), hasta los colorines estrambóticos de camisetas (caso de Stade de France y del segundo equipaje, por ejemplo, de los Cardiff Blues), pasando por las cada vez más evidentes e insoportables muestras de falta de respeto al rival y al árbitro, el rugby se va pareciendo progresivamente al fútbol, y eso es una noticia nefasta. Los gritos en el sagrado Twickenham este pasado noviembre cuando O'Connor se preparaba para tirar a palos puede que sea ya la gota que derrama el vaso. Pase que suceda en Francia, donde el fair play nunca ha sido una norma de cumplimiento estricto, pero que esta forma de gamberrismo se dé en el mismísimo Twickenham, histórico escenario que es, de hecho, el estadio de rugby más grande del mundo (si no me equivoco), resulta vergonzoso y deprimente.
Otra de las cosas que más me revientan últimamente, y que es de hecho un contagio del mundo del espectáculo que rodea otros deportes, es esa puñetera manía de demasiados espectadores en el campo, que están mucho más pendientes de las dichosas pantallas gigantes que del mismo terreno de juego. No me entra en la cabeza esa locura que se percibe, a sur y a norte, en la que todos tienen el ojito puesto en la pantalla con la esperanza de que una cámara los enfoque y así poder desplegar un ridículo repertorio de gestitos-grititos-saltitos que no provocan más que vergüenza ajena a aquel que lo está viendo desde casa. Es cierto que no todo el mundo lo hace, y no todos son igualmente patéticos en sus efusiones, pero ya son los suficientes como para ver en esta conducta infantil otra muestra más de vulgarización que se ha ido imponiendo casi sin darnos cuenta.
No se trata de ponerse trascendental, pero no hay duda de que el ethos oval se va erosionando, siendo sustituido por unas maneras impropias de este deporte que también es una moral y una filosofía. Tal vez era la consecuencia lógica tras la implantación del profesionalismo y el cierto auge del rugby en determinados puntos del planeta estos últimos años (sobre todo desde el pasado mundial); probablemente, cuanta más gente se vaya decantando por el rugby, más se vean este tipo de comportamientos penosos. Pero a la masa también se le pueden enseñar modales. Esperemos, aunque lo veo difícil, que este 2011 las cosas se puedan ir reconduciendo.